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Por qué el sistema educativo está desconectado del futuro

Fernando Basto C.

En Colombia, más de 10 millones de estudiantes están matriculados en educación básica y media. Sin embargo, solo 4 de cada 10 jóvenes que terminan el bachillerato logran ingresar a la educación superior, como lo señala Nathalia Urbano, profesora de la Universidad del Rosario. Esta baja cobertura universitaria es un síntoma, pero no la raíz del problema. La verdadera causa está en un sistema educativo que no está preparando a nuestros jóvenes para competir, adaptarse y prosperar en el mundo real.

La última evaluación PISA 2022 (Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes) reveló un desempeño preocupante de Colombia. En matemáticas, solo el 29 % de los estudiantes alcanzó el nivel mínimo de competencia (nivel 2), frente al 69 % del promedio de la OCDE. En lectura y ciencias, apenas el 49 % alcanzó ese mismo nivel, en comparación con el 74 % de la media internacional. Además, solo una minoría de estudiantes colombianos llegó a los niveles más altos de desempeño (nivel 5 o 6), lo que demuestra que no estamos formando talento competitivo a nivel global.

El informe también reveló que el 39 % de los estudiantes ha repetido curso al menos una vez, cifra muy superior al promedio de la OCDE, y que un 17 % manifestó no sentirse seguro al ir camino a la escuela, el doble que en los países desarrollados. Estos datos no solo evidencian falencias académicas, sino también un entorno escolar poco favorable para el aprendizaje y la permanencia educativa.

El sistema educativo colombiano sigue anclado a modelos del siglo pasado. Memorización, contenidos desactualizados, poca estimulación del pensamiento crítico, y una estructura rígida que enseña más para pasar de grado que para resolver los desafíos de la vida. Mientras tanto, el entorno exige habilidades digitales, creatividad, salud emocional, manejo financiero y valores sólidos. Y nada de eso está siendo promovido con seriedad.

A esto se suma la brecha tecnológica. Aunque durante la pandemia se habló mucho de “educación digital”, la realidad es que el 79,8 % de los colegios rurales en Colombia no tiene acceso a internet, según el Laboratorio de Economía de la Educación de la Universidad Javeriana. Sin conectividad, sin equipos adecuados y sin formación docente en tecnología, la educación digital es solo un discurso vacío. Peor aún, los programas de dotación han estado plagados de sobrecostos, demoras y corrupción.

La neuroeducación, una herramienta poderosa para mejorar el aprendizaje desde el conocimiento del cerebro, sigue ausente en las políticas públicas. Se enseña igual para todos, sin considerar estilos de aprendizaje, ritmos individuales ni necesidades emocionales. Los docentes no reciben formación continua en estas herramientas y, en muchos casos, deben trabajar más como controladores de grupo que como guías de aprendizaje.

Y si sumamos la corrupción, el panorama empeora. Casos de refrigerios escolares con sobrecostos, obras inconclusas en escuelas públicas y demoras en los pagos a maestros se han vuelto recurrentes. El dinero destinado a transformar vidas se pierde en contratos mal ejecutados o desviados, especialmente en las zonas más vulnerables.

Este modelo no solo expulsa a los jóvenes del sistema, también limita su potencial. La falta de acceso a la educación superior no se debe únicamente a la escasez de cupos, sino a la baja preparación, la deserción temprana, la frustración escolar y la desconexión con la realidad. Muchos jóvenes ni siquiera consideran viable seguir estudiando porque no ven valor en lo que reciben.

Frente a este panorama, propongo una reforma educativa integral basada en cinco pilares:

  1. Integración progresiva de tecnología, con monitoreo público, inversión eficiente y acceso garantizado en todo el país.

  2. Formación docente con enfoque humano, incorporando neuroeducación, gestión emocional, herramientas digitales y liderazgo pedagógico.

  3. Educación para la vida real, incluyendo manejo financiero, salud emocional, principios y valores desde la primaria.

  4. Blindaje total del presupuesto educativo, con auditorías ciudadanas, trazabilidad pública y cero tolerancia a la corrupción.

  5. Flexibilidad curricular y evaluación por competencias, que permita adaptar el aprendizaje a talentos, vocaciones y contextos regionales.

Formar para la vida no es un eslogan: es la única forma de construir una generación capaz de transformar este país desde el aula, no desde el atraso. Necesitamos menos discursos y más acción; menos formatos y más sentido; menos burocracia y más libertad para aprender.

Fuentes: